Reflexiones sobre la meditación y sus efectos
A menudo concebimos la meditación como algo que influirá únicamente en nosotros, que nos calmará la mente y nos proporcionará paz interna, mientras el resto del mundo sigue girando a nuestro alrededor en su locura imparable. Lo que no tenemos en cuenta es que nuestro estado de ser puede inspirar a otras personas, modificar su comportamiento o su enfoque en ciertos asuntos e incluso enseñarles otras posibilidades de reaccionar y de vivir.
Si la meditación se enseñara a cada niño de 8 años en el mundo, eliminaríamos la violencia del mundo en una sola generación.
—Dalai Lama—
Los niños, que están precisamente aprendiendo a percibir el mundo, lo hacen a través de los comportamientos y las palabras de sus referentes adultos más cercanos, y si bien es cierto que a cierta edad empiezan a incorporar referencias externas (profesores, compañeros de clase, familiares más lejanos…), sus padres siguen siendo la pieza fundamental de su aprendizaje acerca del mundo y las relaciones.
Normalmente no somos conscientes de cómo nuestro comportamiento «enseña» a nuestros hijos (así como al resto de personas que nos rodean). Pensamos que para enseñarles a ser ordenados, hay que obligarles a ordenar, y castigarles o gritarles si no ordenan como nos gustaría o «cuando» nos gustaría. Es lo que nos han enseñado: «disciplina». Así lo llamamos. Pero ¿cuantos padres han observado las caras y las actitudes de sus hijos cuando uno les reprende y les grita porque no están haciendo lo que se supone que deberían hacer cuando lo deberían hacer? ¿Se han dado cuenta de que ellos se encierran hacia dentro en esos momentos, de que sienten un dolor y una incomprensión que difícilmente conlleva aprendizaje?
Ningún padre está exento del stress, y de cierta lucha por poner unos límites razonables de convivencia mutua con sus hijos. Pero… ¿Les enseñamos a ser ordenados con gritos y castigos, o les podemos enseñar orden de otra manera? ¿Qué les estamos enseñando realmente?
Tan sencillo como esto: Cuando les gritamos, les enseñamos que está justificado gritar en ciertas situaciones. No te extrañes cuando ellos empiecen a gritar para conseguir lo que quieren. Cuando les castigamos, les enseñamos que está justificado castigar por lo que nos parece incorrecto. Empezarán a ver incorrección a su alrededor, y a castigarla (en sus hermanos, en sus compañeros…). Cuando nos enfadamos desproporcionadamente por cualquiera de sus errores, les estamos enseñando que los enfados no son proporcionales a lo que ocurre, sino que está justificado enfadarse mucho por cosas pequeñas.
Revisemos nuestro comportamiento como padres. El ejemplo es, normalmente, la herramienta más potente que tenemos para enseñar. Usémoslo. ¿Somos nosotros realmente ordenados? ¿Les hemos enseñado pacientemente hábitos de orden, jugar ordenando, nos hemos puesto a ordenar para que nos imiten?
Se siente bien. Un poco como cuando tienes que apagar el ordenador, cuando a veces se vuelve loco, simplemente lo apagas y cuando se enciende, está bien otra vez. Eso es lo que la meditación es para mí.
—Ellen DeGeneres—
La meditación nos proporciona acceso a otros estados y a otras posibilidades. Por ejemplo, una vez que conocemos el efecto calmante que tiene, empezamos a desearla como alternativa a esos momentos en los que a ira se apodera de nosotros. No se trata de reprimir la ira y guardarla en el fondo del subconsciente. Se trata de vivir la ira en toda su plenitud, y después elegir otra cosa. Esa elección es la esencia de lo que tu meditación puede enseñarles a tus hijos.
Muchas veces me enfadaba con mis hijos (mucho menos cuanto más avanzaba en la meditación), y cada vez más sentía, en cierto momento, que continuar con el enfado ya no tenía sentido, que lo que quedaba era una especie de actitud rencorosa sin ninguna utilidad. No se puede (o yo no sé por el momento) pasar de un estado a otro como por arte de magia, así que les decía: «Estoy enfadado, necesito meditar un rato».
Poco a poco se fueron acostumbrando a esta actitud, y me respetaban el momento con una madurez sorprendente. Con el tiempo ya no les decía nada, simplemente me sentaba y me ponía a meditar. Les oía decir «ah, está meditando». Este proceso se produjo entre sus 3 y sus 6 años, sobre todo. Mi máxima sorpresa llegó cuando, al enfadarme, ellos empezaron a decirme a mi: «Papá, estás enfadado. Necesitas meditar».
¿Qué se puede contestar a eso? Solo hay una respuesta honesta posible: «Tienes razón». Así pues creo que la meditación ha ayudado a mis hijos a tener una relación con el enfado más sana, y a no tomarse tan seriamente mis enfados desproporcionados de padre estresado. Esto para mí es un triunfo y una base que considero que puede ayudarles mucho en su relación con sus propias emocione s, sean cuales sean. Y por supuesto, ya conocen la meditación y sus efectos. A veces juegan con sus amigos en el colegio a organizar clases de meditación.
Indaga en tu práctica, medita, y las sorpresas sobre sus efectos, tanto en lo que te aporta a tí como en lo que tu meditación puede enseñarles a tus hijos y a quienes te rodean, te llegarán como pequeños indicios de que estás en el camino.
¡No olvides disfrutar de tu meditación!
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