La mejor hora para meditar: encuentra tu espacio diario

A menudo el comienzo de la práctica de la meditación es difícil. Es un hábito nuevo al que no estamos acostumbrados, y en esta vida en la que todo va tan rápido, en la que tratamos de abarcar tantas cosas, nos sentimos fácilmente saturados. Con esa sensación, no es extraño que rechacemos todo aquello que suponga una tarea más, una obligación más.

Este es la gran barrera mental a la que se enfrenta todo nuevo meditador, encontrar esa motivación y ese espacio diario que vayan creando el hábito, reforzándolo y cambiando la idea preconcebida de que ponerse a meditar es una obligación indeseable.

Porque llega un momento -y todo meditador experimentado te lo confirmará- en el que la meditación ya no es una obligación, sino una necesidad. No más una auto-imposición, sino algo que se desea. Porque una vez reconocidos ciertos espacios de calma… ¿cómo volver atrás, a una vida sin sosiegos ni reposos mentales?

Si tienes tiempo para respirar tienes tiempo para meditar. Respiras cuando caminas. Respiras cuando estás de pie. Respiras cuando te acuestas

—Ajahn Amaro—

La cuestión que suele plantearse el meditador novel es: ¿cómo puedo establecer mi propio horario, uno que me venga bien, con el que no me sienta agobiado, con el que no me den ganas de abandonar la práctica?

Es una pregunta clave, es la llave para conseguir establecer tu propia rutina de meditación: encuentra tu espacio diario. La mayor parte de los estilos de meditación hacen ciertas recomendaciones, más o menos estrictas, respecto al horario en el que practicar. Una rutina demasiado estricta puede ser un impedimento en estos tiempos en los que, como hemos comentado, solemos estar sobre saturados y siempre con una sensación de agobio y falta de tiempo.

Por ello, es esencial que la rutina de meditación se adapte a tu estilo de vida. No te impongas una rutina estricta, demasiado tiempo de práctica o meditar todos los días varias veces al día desde el principio, sobre todo si no te sientes capaz de cumplirlo. Enfoca la meditación como un pequeño placer del que puedes disfrutar en determinados momentos.

Pongamos por caso que tienes hijos pequeños, y entre el trabajo, llevarlos y traerlos del cole, darles de comer y meterlos en la cama, no sientes que puedas disponer de mucho tiempo o energía para meditar. Puede ser que a menudo, una vez que los niños están acostados, te permitas ciertos placeres que parecen sencillos pero que valoras enormemente: cenar tranquilo, ver una peli, darte un baño con sales…

Bien, la cuestión está en incluir el momento de la meditación como uno de nuestros pequeños y sencillos placeres -esto te resultará mucho más sencillo conforme vayas conociendo sus efectos- y disfrutarlo como tal. Por ejemplo, y volviendo a nuestro ejemplo, los niños ya están dormidos, has cenado bien, te has lavado los dientes, te has puesto el pijama, y estás dispuesto -y deseoso- de tumbarte en la cama y empezar a roncar. Sientes el cuerpo tan cansado, tan estresado, tan cargado… y parece que la única vía para descansar es dormir. Pero ¿y si hubiera otra manera?

Abramos la puerta a esa posibilidad. En lugar de tirarte con todas tus tensiones en la cama, coges tu cojín de meditación (o un cojín cualquiera doblado, o varios cojines) y te sientas en un lugar cómodo, tratando de adoptar la postura ideal. Al principio solo sientes cierta incomodidad, y cuando das el paso y te relajas, de repente sientes toda la tensión acumulada, todos los nervios vividos, todos los pensamientos que no te ha dado tiempo a asimilar pasando todos al mismo tiempo por tu mente.

Cuando meditamos simplemente estamos viendo lo que la mente ha estado haciendo todo el tiempo”

—Allan Lokos—

Lo primero que piensas es: “imposible, yo no puedo meditar” o “¿cómo me voy a poder relajar con semejante panorama en el cuerpo y en la mente?”. Tranquilo, eso que experimentas es lo normal. Te estás encontrando con las primeras capas de tensión acumulada, esas a las que estos últimos días no has querido prestar demasiada atención porque hay tanto que hacer y tan poco tiempo…

Respira y comienza a observar cada parte de tu cuerpo, y a soltar conscientemente la tensión acumulada. Utiliza tu respiración para soltarla mientras exhalas el aire hacia afuera, lentamente. Tómate el tiempo que necesites para descargar esas tensiones, es un buen paso previo a la meditación. Si el cuerpo está demasiado tenso, difícilmente llegarás a aprovechar la práctica.

Una vez que sientas el cuerpo más liberado, puedes pasar a la práctica de la meditación en sí, con el estilo que hayas elegido o por el que tengas mayor afinidad. Esto mismo podría suceder a primera hora de la mañana, por ejemplo. He comprobado, con gran sorpresa, cómo los días en los que por la mañana dedico un tiempo a meditar (levantándome a la misma hora) o simplemente a hacer las cosas desde el sosiego (una forma de acción meditativa) llego al cole mucho mejor de tiempo que otros en los que no me doy tiempo para nada y encima me estreso.

Compruébalo, practica, busca tu espacio, sé amable contigo y no te impongas nada estricto que pueda terminar en frustración. Este es un camino hacia la paz, y cualquier guerra contigo mismo solo te retrasará.

La práctica de la meditación no se trata de intentar deshacerse de nosotros mismos y convertirnos en algo mejor, sino de hacernos amigos de quienes somos

—Ani Pema Chodron—

¡Feliz meditación!

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